Southampton, 21 de noviembre de 2012
"Señoras y señores: bienvenidos al puerto desde el que, hace un siglo, zarpó el Titanic".
Éstas fueron las primeras palabras que escuché momentos antes de desembarcar en mi querida tierra. Para llegar hasta aquí, tome hace cuatro días un crucero que partió desde la ciudad costera de Bilbao.
¡Un crucero! ¿Cómo pueden llamar crucero a este medio de transporte?
Mi sorpresa no se debe a su gran tamaño, pues en mi propio tiempo ya existían barcos de gran medida, sino más bien a lo que podemos encontrar en su interior: restaurantes, tiendas, casinos, teatros, joyerías, e incluso modernidades como la Wii o el cine 4 D, etc.
No cabe duda de que el origen de estas verdaderas ciudades flotantes se encuentra en la primera mitad del s. XIX. De hecho, aún recuerdo como a la edad de 27 años, en 1835, vi en el Shetland Journal lo que hoy se podría considerar el primer anuncio de cruceros. Tres años más tarde, se creaba la primera compañía naviera P&O Cruises, a la que en 1940 le surgiría una fuerte competidora, la Curnand Line. Sin embargo, nunca olvidaré que los pasajeros admitidos en sus barcos eran personas de "alta alcurnia" y "buena educación".
A mediados del s. XIX, observé como la demanda de este tipo de viajes aumentó vertiginosamente, lo que provocó la aparición de las grandes navieras y el inicio de una carrera por ver quién conseguía alcanzar los mejores tiempos, las mayores distancia y las mejores comodidades. Supongo, que fruto de esta competitividad la White Star decidió crear el Titanic.
Por lo visto, este trasanlántico, cuyo verdadero nombre fue Royal Mail Steamship Titanic, partió desde este mismo puerto el 10 de abril de 1912. Equipado con lo último en lujo, comodidad (restaurante, piscina, gimnasio) y técnica constructiva. Tuvo la mala suerte de chocar con un iceberg cinco días después de su salida.
Y tras una agonizante noche el barco se hundió en el Atlántico, dejando tras de sí más de un millar de muertos.
Pensando detenidamente en esta tragedia, decidí visitar el Museo Marítimo de Southampton, que la propia tripulación del barco nos había recomendado a los interesados en el tema. Allí, supe que el hundimiento del Titanic no fue el único naufragio que se produjo en el s. XX, hubo otros, como el naufragio del Príncipe de Asturias, el del Andrea Doria, el del Bateau Mouche IV, el del Sea Diamon y, más recientemente, el del Costa Concordia.
Entonces, ¿Por qué el naufragio del Titanic tuvo tanta pompa? Pues sencillamente, por el hecho de que éste gozó del apodo de ser el único barco que "ni Dios podía hundir".
Este tipo de acontecimientos no impediría la evolución de este medio de transporte, que paulatinamente siguió progresando y transformándose.
Queen Mary |
La II Guerra Mundial marcaría un antes y un después en el ámbito de los transportes. De hecho, provocó que los medios de transporte preferentes durante más de un siglo, el barco y el tren, se vieran obligados a cederle el protagonismo al novedoso avión. Ya vimos la semana pasada como se adaptó el ferrocarril a su nueva situación, ahora toca ver como las navieras tuvieron que superar la perdidas sufridas durante la guerra y, ante la competencia del avión, abrir nuevos mercados muy diferentes al que estaban acostumbrados a explotar. Así, en 1960 comenzaron a surgir barcos cruceristas cada vez más espectaculares, que poco a poco y con el correr de los años llegaron a convertirse en las ciudades flotantes que hoy conocemos, siendo su último exponente el "Oasis of the Seas", que goza del privilegio de ser el buque turístico más largo, ancho, alto y caro del mundo.
"El progreso no es un accidente sino una necesidad"
Herbert Spencer
https://www.youtube.com/watch?v=Ln_dCu_yrh4
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